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Tropezar en la misma piedra

 24 años, 7 personas enfrente de ella, sólo quedan 8 candidatos que han superado las pruebas previas, Cuatro pasaron ya y tres esperan. Laura se siente un tanto intimidada, pero al mismo tiempo extrañamente confiada. Puede ser porque cree que no tiene mucho que perder. Es una joven profesora de la Universidad que, eso sí, ha debido cambiar de directora de tesis porque a la recién nombrada jefa del departamento no le convence ni el tema que ella se empeña en investigar ni su actitud que juzga insuficientemente respetuosa de las jerarquías académicas.

Curiosamente cada uno de los 7 miembros del comité de selección tiene su propio candidato y Laura es la única que no cuenta con ningún padrino. La decisión promete pasar por una ardua competencia que seguramente le excluya. El puesto es crucial para la estructura del nuevo Instituto regional de estudios de la salud que se está creando. El jefe o la jefa del departamento de investigación, análisis estadístico e informático estará en el corazón de las expectativas del director técnico y contará con un equipo para llevar adelante las pesquisas que éste tiene en mente.

Sin embargo, tanto el director financiero como el gerente, que también están presentes en el comité, tienen una rivalidad acentuada con el director técnico y no están dispuestos a dejarle seleccionar a su principal ayudante sin contrapartidas para sus intereses.

A todo eso es ajena Laura quien responde a las preguntas con naturalidad y honestidad. No, no conoce el plan nacional de contabilidad, pero si hiciera falta estaría dispuesta a estudiarlo. Sí, si tiene formación en estadística e informática aunque poca experiencia. Le interesa mucho trabajar en el área de la salud y se declara entusiasmada por el plan “Salud para todos en el año 2000” de la OMS.

La entrevista ha terminado. Al salir Laura mira con una cierta simpatía a los candidatos que esperan su turno. Alguno responde con algo parecido a una sonrisa. Otro con un gesto apenas disimulado de contrariedad. El tercero ni se da por aludido. No tiene nada más que hacer allí y abandona el edificio gris y burocrático bajando con calma los tres pisos por las escaleras.

Al día siguiente, en el autobús que la lleva a la Facultad recibe la llamada del director técnico diciéndole que quiere ser él personalmente quien la felicite por el puesto deseando una fructífera colaboración entre los dos. La inexperiencia propia de la edad no le deja pensar que ha sido precisamente por ella por la que ha sido seleccionada. El director, un psiquiatra de prestigio, está convencido de poder configurarla “a su imagen y semejanza”. Para Laura la cosa es más simple. No se han puesto de acuerdo con los enchufados y para hacer la paz se han inclinado por la única que no lo era. Se siente como si le hubiera tocado la lotería. Va a pasar a tener una responsabilidad que más que asustarle le estimula y además va a cobrar más del doble. Ay cuando se lo diga a la jefa del departamento de la Universidad…..

 

Han pasado varios meses y Laura ha transitado por unos cuantos sinsabores y algunas satisfacciones. Un equipo multidisciplinario que no acaba de cuajar, la sorda competencia del otro jefe de departamento de investigación quien, como sociólogo experimentado, considera que debiera ser él el que tuviera la preponderancia y se siente injustamente relegado. La dificultad de seleccionar a miembros del equipo, en muchos casos entre compañeros de la Facultad que se sienten menospreciados si no son elegidos a pesar de tener una relación amistosa previa y a todo eso se le suman las entrometidas del gerente, del director financiero y del representante sindical. Sin embargo está contento de haber anudado una amistad con tres de sus nuevos compañeros dos de los cuales le tratan casi como un hija o una hermana menor y el otro, de una edad solo un poco mayor a la suya, se permite hasta fantasear con ella. Cenan juntos mensualmente cada vez en casa de uno de los cuatro lo que cuando le llega el turno a Laura no le supone ninguna dificultad ya que vive sola, está soltera y sin compromiso estable. También está satisfecha del tipo de trabajo que tiene que desarrollar: un programa para ayuda al diagnóstico y una nueva zonificación sanitaria con criterios más objetivos.

En eso llega la noticia. En su ciudad natal, Valencia, una gota fría ha golpeado con dureza importantes poblaciones cercanas al reventar una presa que retenía una enorme cantidad de agua que una lluvia intensa había descargado en pocas horas. Laura se siente muy afectada. Cuando le faltaban días para nacer ocurrió algo parecido, aunque, en aquel caso abrieron la presa y una tromba de agua se abatió sobre la ciudad. Su madre le contó con detalle el calvario que tuvo que pasar antes de poder dar a luz en el hospital más cercano. Le explicó que la noche anterior habían cruzado el río después de ver una película. Todo estaba tranquilo y ellos subieron hasta el tercer y último piso de la casa en la que vivían en una calle cuyo nombre,  la Alameda,  recordaba, precisamente, su proximidad al cauce. De madrugada oyeron fuertes golpes en la puerta. Eran los vecinos del primero y del segundo desesperados por la crecida de las aguas. Subieron juntos hasta la terraza. Por suerte el agua se detuvo antes de llegar a causar un serio peligro para sus vidas. Cuando el nivel descendió del todo hubo que enfrentar la reconstrucción y el gobierno de la dictadura decidió que todas las cartas que entrasen y saliesen de la ciudad llevaran un sello extra para pagar el desvío del río por fuera de Valencia. La llamada ciudad del Turia, pasó a tener ese río abrazándola pero sin atravesarla y en el antiguo cauce comenzó a diseñarse un parque longitudinal cuyo proyecto logró imponerse afortunadamente sobre otras pretensiones especuladoras.

25 años después la intensa lluvia torrencial se había repetido, pero no se había liberado la presa y ésta no aguantó el enorme peso y se derrumbó haciendo que las poblaciones de Alcira y Algemesí  quedaran llenas primero de agua y finalmente de un barro contaminante. Esa catástrofe afectaba directamente  a más de un centenar de miles de personas y Laura decidió que debía echar una mano.

Habló con unos y con otros y aprovechando los contactos que le había propiciado el cargo y el impacto que la situación había creado en todo el país consiguió una bomba extractora de lodos y una buena cantidad de medicamentos para llevar a nombre de su institución a los damnificados.

Una vez concedido el permiso para hacerlo y de haber dispuesto las tareas más urgentes de su departamento tomó su coche y se desplazó lo más rápido que pudo sin detenerse en el transcurso de los casi 400 km que le separaban de las poblaciones afectadas. Había transcurrido ya una semana desde la rotura de la presa y al llegar Laura esperaba encontrar fácilmente a los responsables de canalizar la ayuda. Pero no fue así. La entrega con garantías de los materiales que transportaba fue ardua y les supuso todo un día de trasiego y una sensación persistente de duda sobre si finalmente había hecho lo correcto. Cuando estaba a punto de caer la noche y después de haber trabajado codo con codo con los vecinos de un barrio de Alcira y con cientos de voluntarios solidarios llegados de todas partes, Laura decidió ir a dormir a la casa que sus padres tenían en una población cercana que no había sido sacudida por la inundación. Al tomar la carretera y encender las luces se dio cuenta de que casi no iluminaban como consecuencia del barro que tapaba los faros. Se paró, buscó un trapo y retiró lo mejor que pudo lo que cubría los focos. Un señor con mala cara y voz agria se le acercó y le espetó:

-          ¿Cómo te atreves a dejar aquí barro contaminado?!. El agua se paró a dos kilómetros de aquí y gracias a eso este pueblo se ha salvado y tú nos traes ahora esa porquería. Llévate ese jodido trapo en tu maldito coche y lárgate inmediatamente si no quieres que…..

Al ver la furia con que la miraba, Laura temiéndose lo peor no dijo nada, hizo caso, subió al coche, dejó el trapo en el suelo del asiento del acompañante del conductor y partió a toda prisa. Su madre ya le había dicho que en esas circunstancias sale lo mejor y lo peor de las personas, pero no es lo mismo que te lo digan a que te golpee en la cara esa realidad. Laura ya no volvió a ser la misma y cuando regresó a su trabajo aprendió a idealizar menos lo que le rodeaba. Desde entonces está convencida de que a lo que le dijo su madre le faltaba nada más una cosa: la mayoría de los humanos no son ni muy buenos ni muy malos en su vida cotidiana, pero el ambiente que les toca vivir los impulsa en una dirección o en la otra. Lo único que se puede hacer es intentar aportar un grano de arena para tratar de encarrilarlo por el lado de la generosidad. Aunque desde luego eso no valdría para individuos como el que la echó del pueblo de los alrededores de Alcira.

 

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