A Wil se le había ido agriando el carácter por el hecho de vivir junto al cuartel de la guardia somocista en León, Nicaragua.
Él vivía de confeccionar trajes para los guardias y estaba claro que no les despertaba ninguna sospecha porque en los días tensos próximos a la insurrección sandinista no hubieran dejado que alguien que no fuera de su total confianza viviera junto a una tapia desde la que se podían oír los gritos de los torturados.
Sin embargo, Wil albergaba un profundo resentimiento hacia los guardias y, en más de una ocasión, facilitó, sin dejar rastro, la huida de algunos presos. A pesar de que los somocistas nunca tuvieron dudas sobre él, los quejidos de los que no habían podido escapar le fueron impactando de tal manera que, poco a poco, fue perdiendo su lucidez.
Las desgracias, sin embargo, no suelen venir solas y a Wil le ocurrió una que acabó de doblegar su mente.
Cuando preparaban la boda de su única hija, el novio, un muchacho lleno de vitalidad, viajó desde la capital en una especie de taxi repleto de pasajeros que aunque oficialmente eran conocidos como “interlocales” se conocían popularmente como “intermortales” porque los chó0feres conducían a gran velocidad y con pocas precauciones.
Desgraciadamente en esta ocasión el dicho resultó certero y el vehículo en el que viajaba el joven ilusionado con su casamiento, realizó un adelantamiento imprudente y, para evitar el choque frontal con un camión, hizo una maniobra tan brusca que el taxi volcó violentamente y sus nueve pasajeros murieron.
De esta forma la fiesta que se había organizado para la boda se convirtió en una vela y Wil quedó tan absolutamente trastornado que, en varias ocasiones, insistió en que su yerno había muerto torturado por la guardia, para, acto seguido, acabar abrazando a uno de los amigos del finado felicitándole por la boda.
La mente humana dispone de prodigiosos recursos para rescabalarse de situaciones difíciles. Pero cuando éstas se acumulan como una especie de gota malaya la fragilidad acaba siendo tal que un último impacto la puede lanzar completamente a la deriva. Y eso ocurre todos los días aunque no se contabilice entre las bajas de las muchas guerras que la codicia y el resentimiento prenden por todo el planeta.
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