El caracol vuelve a su concha pacientemente construida. Cada golpe, cada tropiezo es una capa más para ir haciendo más espesa su protección, su refugio.
Si el tiempo es bueno saca su cuerpo al sol y disfruta de sus rayos, pero al paso de una nube busca rápidamente como guarecerse de nuevo en su concha. Es ya más que una costumbre, es su manera de vivir, y siente que no le ha ido tan mal, por lo menos sigue vivo!.
Pero, ahora, animado al ver a otros más osados, cree que se le presenta la oportunidad de una experiencia más completa. Va tomando confianza y se arriesga a permanecer afuera durante algún tiempo aunque no haya sol. Gracias a eso ahora puede hacer recorridos más largos.
El otro día incluso se la jugó dejando la concha junto a un árbol caminando más ligero a una zona del jardín que nunca había explorado y por la que sentía una gran curiosidad desde hacía tiempo. No se había atrevido antes porque le costaba una jornada completa llegar y creía que era muy probable que el sol dejara de lucir en algún momento.
La mala suerte fue que cayó una tormenta y regresó empapado y triste a su concha con la sensación de haber ido demasiado lejos y con la determinación de quedarse en su concha sin intentar salidas tan imprudentes.
Ahora sabe lo fuertes que pueden ser las tormentas fuera… ¡pero también lo pesada que es su concha!
Ya su hermano le dijo que hay que ir paso a paso sin parar nunca, sin retroceder a la trampa de la comodidad, del refugio que nos comprime la vida.
Apa, caracolito, no abandones. La parcela de vida que tienes es de tu responsabilidad y aún con tormentas vale la pena arriesgarse con tal de intentar ensancharla.
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