En la cima de la montaña 18-Conejo esperaba pacientemente. Con un riguroso ayuno se mantenía alerta día y noche tratando de sincronizar con la inspiración decisiva que debía llegarle desde el más allá.
Unes metros más abajo, a una distancia prudente para no interferir, pero suficiente para poder atenderle en caso de necesidad, se encontraban el resto de hechiceros que representaban a los diferentes clanes congregados.
A la mitad de la falda se encontraban los miembros del consejo de ancianos formando un gran círculo en torno al fuego ritual. Comentaban las incidencias del año y se contaban las experiencias que habían tenido en sus expediciones de caza. El tema principal era la división generada porque algunos grupos habían decidido romper con la costumbre y quedarse en los alrededores dedicándose a la agricultura y a la domesticación de algunos animales.
Esos sedentarios eran vistos con recelo por los que defendían ardorosamente la necesidad de seguir con la vida nómada actuando de acuerdo a las instrucciones que recibían desde lo alto de la montaña. Los ancianos del Consejo eran los responsables de interpretar esas instrucciones, un tanto crípticas, en clave práctica, una vez que 18-conejo y el resto de los hechiceros les hubiesen transmitido los mensajes venidos desde las alturas.
El campamento principal donde se reunía el resto de la tribu estaba situado en la planicie a lo largo del este de la montaña sagrada. Allí nómadas y sedentarios compartían estos días con unas festividades que dotaban a la tribu de un poder de cohesión que permitía resolver los conflictos internos y dotarles de la fuerza necesaria para enfrentar los peligros externos.
Esta vez, la expectación era máxima porque los seguidores fieles de las tradiciones nómadas esperaban que, cuando el consejo de ancianos regresara, sus sabias indicaciones finalizarían de una vez con la disensión generada entre ellos por la osadía desafiante de los sedentarios. Estos, a su vez estaban convencidos de que la voz suprema emanada a través de 18-Conejo les acabaría dando la razón y convenciendo al resto de que su opción era la mejor para el futuro de toda la tribu.
Sin embargo, la decepción fue extraordinaria cuando finalmente el sumo hechicero descendió y les comunicó que esta vez el único mensaje era el silencio. Los dioses les habían abandonado. ¿Era un castigo? ¿Era una señal de que, a partir de ahora, debían resolver los problemas por si mismos?
En el asteroide ZX-31 la policía intergaláctica detuvo al jefe de investigaciones telepáticas, conocido como el doctor Pi. La acusación era grave. Estaba rigurosamente prohibido tratar de constituirse en dios de un planeta i Pi había sido sorprendido in fraganti manipulando a los terrícolas. Su justificación de que estaba investigando la evolución de la vida de los seres pensantes de ese planeta para poder confirmar sus teorías sobre las potencialidades y debilidades del tipo peculiar de inteligencia surgida en ese alejado astro no le sirvieron de mucho. Pi fue condenado fulminantemente al ostracismo y despojado de todas sus responsabilidades.
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