En el principio era la tribu... y el trabajo era la supervivencia... y era tarea de todos... nada ni nadie sobraba.
Después mejoró la técnica… y su eficacia rindió frutos… empezaron a liberarse algunas energías y a haber cosas más cosas de las imprescindibles…y nacieron los espabilados… que se las ingeniaron para apropiárselas…y con tal de no repartirlas se disfrazaron de sacerdotes de cualquier culto con el que pudieran explotar el sentimiento de inútil trascendencia de sus compañeros de especie.
Para mejorar su dominio necesitaron capataces a los que enseñaron sólo lo necesario… asustándoles con la amenaza de ser lanzados al infierno si, como Lucifer, intentaban ser como Dios, es decir como ellos, que lo habían creado a su imagen y semejanza.
Pero la rebelión acabó triunfando y los capataces, al fin convertidos en ángeles pudieron sentarse a la mesa divina y en prueba de generosidad concedieron a los sirvientes el derecho a tratarlos de tú…para que pudieran sentirse como iguales, todos acólitos de un mismo ritual: un hombre, un voto; un voto un gobierno; un gobierno, un patrono; un patrono, un trabajador; un trabajador, un hombre; un hombre, un voto…
Satisfechos de su invención, los nuevos amos durmieron el sueño de la industria y el comercio fabricando en serie necesidades y necesitados… hasta que los despertó una rugiente marea.
En el agujero del tiempo una palanca levantó a la tribu contra los traicioneros caciques impulsada por nuevas ideas y hambre de siglos…
Cuando el diluvio cesó y la fuerza de unas aguas desgastadas en su combate contra las rocas disminuyó, desde las ciudadelas fortificadas comenzó de nuevo el asedio y dentro del propio océano aparecieron nuevas islas como manchas que nacían con el viejo deseo del sólido de imponerse sobre el líquido…
Pero cómo todas las aguas del único mar del mundo se comunican y son la gran mayoría del planeta…la calma sigue a la tempestad y la tempestad a la calma… y ni dioses ni capataces pueden detenerla y ni siquiera predecirla.
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