El Instituto Ramirez Goyena de Managua es uno de los más emblemáticos del país, sino el que más. Sus ex-alumnos suelen mantener vinculaciones de por vida y reunirse anualmente por promociones. Los avatares políticos tan propensos en Nicaragua a divisiones irreconciliables desde los años 70 han llevado a que, en algunas ocasiones, algunos graduados no hayan accedido a las convocatorias.
Enrique no lo había hecho desde hacía mucho tiempo, pero esta vez si se presentó y departió largo y tendido con Ramón a quién le había unido una profunda amistad por ocho años, cinco de la secundaria y tres de la universidad.
De eso hacía más de treinta años.
A veces la vida da unos vuelcos bruscos y en unas pocas horas los que fueron grandes amigos se convierten en tremendos enemigos. Así pasó con Enrique y Ramón cuando unos años después sus caminos bifurcaron debido a que el primero se casó con la hija del comandante militar de Masaya y abandonó la capital y la carrera.
Supo, sin embargo, que su amigo colaboraba con la guerrilla sandinista y cuando el azar quiso que se volvieran a encontrar le dirigió palabras tan duras, menospreciando incluso el hecho de que Ramón se encontraba enfermo, que trocó su antigua gran amistad en un foso profundo y despiadado.
Muchos años después y tal vez por encontrarse en el bando perdedor y abandonado por su familia política que huyó a Estados Unidos, Enrique decidió revisar ciertas acciones de su vida y acudió a la cita del Ramírez Goyena con la firme intención de abrazar a Ramón.
Murió unas semanas después. Tenía cáncer y lo sabía, pero nada quiso decir que enturbiara el significado de aquel abrazo que abarcaba tantas cosas en un solo gesto.
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