Viajar nos abre los poros. Parece que estamos preparados para despertarnos sólo cuando hay alguna novedad que nos sacude. La cotidianidad nos embota los sentidos. Lo diferente puede ser peligroso, desde luego, pero también estimulante y nos empuja fuera del día a día que creemos controlar.
Bilbao es una de las ciudades españolas que más ha cambiado en los últimos cuarenta años. La capital vizcaína era un conglomerado industrial con una ría contaminada y lúgubre y ahora presenta un aspecto luminoso y moderno. En poco más de una generación los “poderes” vascos han operado una transformación extraordinaria. Pasear por la ribera de aquella ría del Nervión convertida en detritus del industrialismo desbocado de principios del siglo XX es hoy un sano disfrute que te reconcilia en parte con este nuestro sufrido siglo XXI.
En un viaje familiar ser el pequeño del clan tiene sus ventajas. No te has de involucrar en tediosas ocupaciones como buscar donde comer, donde dormir, adónde ir. Simplemente manifiestas tus deseos tal como pasan por tu cabeza y pones en marcha pequeñas manipulaciones para conseguirlos si los adultos se resisten. Con sus 7 años, que él proyectaba hacia delante con un enfático “va para ocho” cuando le preguntaban la edad, Manel disfrutaba de un estado de gracia por su simpatía natural y su despierto ingenio.
Junto a los abuelos maternos, la madre, un tío y su hermano mayor, Manel viajaba en la barcaza turística por la renovada ría del Nervión con la mirada expectante y las neuronas en el disparadero. Cuando apareció la sorprendente estructura del museo Guggenheim los auriculares de los visitantes comenzaron a explicar en diferentes lenguas que
- “….La estructura de este gran edificio ha sido concebida íntegramente con ayuda de un ordenador….”
A Manel se le encendió la bombilla y con su gracejo habitual soltó con la satisfacción de quien descubre las claves de un misterio oculto:
-Claro, como si no iba a ser así si se llama Gugelplei
La carcajada fue tal que los provectos turistas del norte de Europa lanzaron una mirada recriminatoria a esa familia escandalosa del Sur que no les dejaba oír el parloteo de la guía enlatada.
Pero los poros abiertos en el viaje a Bilbao que habían logrado conectar su preocupación habitual, centrada en bajarse por Google Play el máximo de juegos posibles cuando pillaban por un rato él o su hermano el android de su madre o de su abuela y esa mole, no precisamente digital, pero si con aires de construcción de película futurista, dibujaron una sonrisa sobre el grupo familiar durante todo el resto de la jornada.
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