Nina apretó los dientes ¿cómo era posible?. Otra vez su marido Chepe había cruzado la calle para ir a ese antro. No le bastó ver como en la mañana los gorilas habían alineado a las 18 mujeres del prostíbulo para conducirlas en procesión militar al centro de salud, donde todos los últimos viernes de mes tenían concertada una revisión médica. Para ello cerraban a la población general el consultorio durante toda el día.
Tal vez Chepe pensó que era el momento de garantizar que no agarraría ninguna infección.
Lo cierto era que Nina no aguantaba más esa situación. Había amenazado a Chepe con todo tipo de represalias y algunas como la de tenerlo a pan y agua durante semanas cuando la humillaba visitando el burdel, las había cumplido. Pero sólo servían para que lo frecuentara con más asiduidad. Nada más quedaba irse o echarlo, aunque eso no era fácil. Eran tiempos de guerra y abandonar la casa familiar con los hijos resultaba arriesgado así que Chepe se complacía en desafiarla a qué se atreviera a echarlo.
No era un mal hombre en otros aspectos, pero nada quedaba de aquel del que ella se había enamorado.
Todos sabían en el pueblo que cuando los gorilas armados sacaban el camión para cargarlo de arena en el río era para ocultar debajo de ella a alguna mujer que habría muerto enferma o de parto o la habrían asesinado por intentar escapar. La impunidad de esos matones era total.
Tiempo después cuando la revolución triunfó y el lupanar fue clausurado se descubrieron cientos de pequeños fetos tapiados en las paredes del lugar.
Pero aquella tarde un grupo de guerrilleros sandinistas armados con fusiles AK y megáfonos pasaron por las calles de la población informando a los habitantes del municipio de lo que iban a hacer para echar a los somocistas. Al pasar frente a dónde vivía Nina repitieron sus consignas y ella solo tuvo oídos para escuchar aquella que decía que acabarían con los prostíbulos, aunque tuvieran que prenderles fuego.
Entonces Nina, despreciando el denso terror que sus vecinos de enfrente inspiraban a todos, llenó dos botellas con alcohol de quemar, les puso a cada una un largo cordón de los que usaba para su trabajo de modista a manera de mecha improvisada y sin pensarlo dos veces y ante la estupefacción tanto de Chepe como de todos los que espiaban escondidos tras las verjas de las ventanas, se plantó en medio de la calle con ellas y les dijo a los guerrilleros con voz alta y clara para que todo el mundo la escuchase: “Empiecen por éste” señalando hacia el burdel que visitaba Chepe.
Se hizo el silencio. El gesto era ciertamente suicida, pero cuando los hombres se fueron, los gorilas del prostíbulo no se atrevieron con ella.
Por una vez en esa calle el miedo cambió de acera.
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