El ambiente era de una gran expectación. El profesor Ferencz iba a explicar a un selecto y reducido auditorio el resultado de sus portentosas investigaciones desarrolladas durante más de veinte años.
Naturalmente en un período tan largo había permitido múltiples filtraciones a pesar de las murallas que el profesor y su equipo habían en base a círculos concéntricos y laberintos llenos de pistas falsas y callejones sin salida-
Se sabía, por ejemplo, que el profesor, un húngaro que había cambiado su nombre por su apellido para preservar el anonimato respecto a los detalles de su origen, había trabajado en los laboratorios de más de veinte países siempre buscando la mejor localización para sus epircopios , unos aparatos que captaban imágenes del pasado que fluían por el espacio. De hecho les había puesto ese nombre porque epir en griego significaba “atrás”.
La idea parecía una quimera pero Ferencz estaba a punto de demostrar a sus invitados, divididos casi en partes iguales entre el escepticismo y el entusiasmo del “qué es lo que no conseguirá la ciencia”, que ya no se trataba de una especulación estilo Julio Verne sino una auténtica realidad.
Ahora bien entre los asistentes, todos con doctorados relacionados con el electromagnetismo, el tratamiento de imágenes y , también, con la antropología y la historia, se encontraba, camuflado, un miembro del poderoso y clandestino CMIC, consorcio mundial para el control de las investigaciones científicas.
Este ente no podía consentir que una investigación de tanto potencial pudiera caer en unas manos que no fuesen las suyas. Habían ido situando de una manera discreta pero efectiva a diversos elementos en los círculos que Ferencz utilizaba como protección tejiendo con paciencia la ruta de saluda de sus laberintos.
Ahora había llegado el momento decisivo. El consorcio era plenamente consciente de que quien controlases el pasado tenía un arma poderosísima para dominar el presente y el futuro y estaba dispuesto a todo, hasta el secuestro de Ferencz si fuera necesario, para retenirlo dentro de su órbita de actuación.
La sesión comenzó puntualmente. A las 10.55 los doce doctores y doctoras tomaran asiento en la pequeña pero muy bien equipada sala del centro de investigaciones nucleares de Zurich y a las 11 en punto, el profesor Ferencz entró por una puerta lateral, saludó a los presentes con expresión neutra y encendió el proyector holográfico de tres dimensiones.
Sin mediar palabra y delante de los intrigados sabios se comenzó a ver en el medio de la sala, la cual tenía una forma completamente circular, una escena un poco difuminada y borrosa en la que, con una cierta dificultad pero sin lugar a dudas, se percibía un consejo indígena presidido con so0lemnidad por alguien que parecía un rey.
Los focos laterales se encendieron y en el techo apareció una información que, gracias al traductor hipertextual del que disponían todos los participantes, cada uno podía leer en su lengua.
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